El Sueño Robado - страница 3

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La empresa denunció la desaparición el 1 de noviembre, y dos días más tarde, el 3, Vica Yeriómina fue hallada asesinada en un bosque a 75 kilómetros de Moscú, cerca de la carretera de Savélovo. Según las conclusiones del forense, la muerte no pudo haberse producido antes del 30 de octubre. Dicho en otras palabras, mientras Borís Kartashov removía cielo y tierra, mientras los empleados de la empresa se encogían de hombros y la policía se esforzaba por desentenderse de la denuncia de la desaparición, Victoria estaba viva todavía y, si hubiesen empezado a buscarla a tiempo, quizá la habrían encontrado antes de que fuera asesinada.

Nastia echó en falta varios documentos. Todos los informes redactados después de incoarse la causa criminal habían sido remitidos al juez de instrucción de la Fiscalía de Moscú Konstantín Mijáilovich Olshanski. Lo único que Nastia tenía a su disposición eran copias del expediente de la desaparición, que sólo recogía informaciones obtenidas a partir de la admisión de la denuncia y hasta el momento del descubrimiento del cadáver. No era mucho pero incluso ese minúsculo caudal informativo debía ser analizado a fondo. En la cabeza de Nastia fueron aflorando preguntas y más preguntas.

¿Por qué una empresa sólida, que pagaba a sus empleados una parte del sueldo en dólares y gozaba de buena reputación en el mundo de los negocios, mantenía en nómina a una secretaria indisciplinada y dada a la bebida? ¿Podía ser que la mencionada secretaria sometiese a chantaje a la dirección de la empresa para asegurarse un trabajo cómodo y un ingreso fijo pagado en divisas? ¿Pudo haber sido ésta la causa de su muerte?

¿Por qué el novio de la víctima no empezó a buscarla hasta el 27 de octubre, el miércoles, aunque, a juzgar por los testimonios de los amigos de Vica, nadie tenía noticias suyas desde el sábado 23? El viernes, día 22, Yeriómina estuvo trabajando, lo confirmaron todos los empleados de la empresa, a las 17.00 horas la jornada laboral terminó, y todos se reunieron en el pequeño salón de banquetes para cerrar con una pequeña fiesta amistosa un ventajoso acuerdo con unos socios extranjeros. Al terminar la celebración, Vica se fue a casa, adonde uno de los extranjeros la acompañó en su coche. Al parecer, Vica llegó a su destino sin novedad, puesto que a las once de la noche de aquel día habló por teléfono con una amiga con la que quedó en verse el domingo y a la que Vica no mencionó que tuviera previsto salir de Moscú. ¿Se encontraba sola en su apartamento mientras hablaban? El ejecutivo que la había acompañado a casa afirmaba que había intentado hacerse invitar a un café pero que la muchacha dijo estar cansada y le prometió que la próxima vez sí tomarían café juntos; el hombre, que la acompañó hasta el ascensor y se despidió con un beso en la mano de la señorita, tuvo que conformarse con esta promesa y se marchó. ¿Estaba mintiendo o decía la verdad? ¿Cómo podía comprobarlo?

Después de las once de la noche del viernes empezaba el silencio más absoluto. Victoria Yeriómina no llamó a ninguno de sus amigos, no se dejó ver en ninguno de los sitios donde se la conocía, tampoco estuvo en casa, ya que allí nadie cogía el teléfono. Pero en el caso de que, a pesar de todo, sí estuviera y simplemente no contestara a las llamadas, ¿por qué lo haría? ¿Dónde pasó una semana entera, del 23 al 30 de octubre? ¿Acaso estaba tan borracha que no pudo llamar a nadie, ni al trabajo ni al novio?

Cuando Nastia emergió de sus reflexiones y de la contemplación de los papeles faltaba poco para las ocho de la noche. Llamó por el teléfono interior a Gordéyev.

– Víctor Alexéyevich, ¿quién lleva el caso de Yeriómina?

– Tú.

La respuesta sorprendió a Nastia tanto que a punto estuvo de dejar caer el auricular. En todos los años que llevaba trabajando en el departamento de Gordéyev se dedicaba casi exclusivamente a elaborar análisis de los casos que investigaban los sabuesos del jefe. Los chicos recorrían la ciudad, desgastaban zapatos y se hacían callos en los pies buscando testigos y pruebas, montaban operaciones ingeniosas, se infiltraban en grupos criminales, participaban en la detención de delincuentes peligrosos. Pero toda la información obtenida como resultado de aquellas correrías se la traían diligentemente, cual hormiguitas, a Kaménskaya y, exhalando un suspiro de cansancio, se deshacían de sus cargas nada más cruzar el umbral. Luego Nastasia ya se aclararía sola entre todos aquellos hallazgos, sabría qué hecho correspondía guardar en qué estante y qué etiqueta colocarle; valoraría el peso de cada migaja de la información, su fiabilidad y certeza, decidiría si un dato u otro tenía que ver con algún caso abierto o si convenía «meterlo en la nevera», y cuando sí tenía que ver con un caso, apreciaría su fiabilidad y decidiría cómo comprobarla. Nastasia enchufaba su ordenador personal, que no funcionaba con la corriente eléctrica sino con el café y los cigarrillos, y al día siguiente o, como mucho, dos días más tarde, explicaba qué hipótesis se podía probar, a quién había que interrogar, qué se tenía que aclarar en el curso del interrogatorio, etcétera. Una vez al mes, Nastia revisaba todos los casos de asesinato, lesiones corporales graves y violación, y redactaba un resumen analítico para Gordéyev. Gracias a estos resúmenes, Víctor Alexéyevich no sólo detectaba los errores y fallos típicos de la investigación de crímenes graves sino que también se enteraba de nuevos métodos y procedimientos de recogida de pruebas e identificación de los malhechores, así como de lo más importante: las novedades en la comisión de los propios crímenes, su organización, realización e incluso motivos.

El cometido de Anastasia Kaménskaya era el minucioso trabajo analítico y, al preguntar al jefe quién estaba a cargo del caso del asesinato de Victoria Yeriómina, había esperado oír dos o tres nombres de sus compañeros, a los que llamaría esa misma noche. Había esperado oír cualquier cosa menos ese «tú».

– ¿Puedo pasar a verle? -preguntó.

– Te llamaré -fue la breve respuesta de Gordéyev, y Nastia comprendió que no estaba solo en el despacho.

Cuando por fin la invitó a pasar y Nastia entró en el despacho de su superior, le encontró de pie delante de la ventana, dando golpecitos contra el cristal con una moneda, pensativo.

– Tenemos un gran problema, Stásenka -le dijo sin volverse-. Uno de nuestros chicos no juega limpio. Quizá incluso sean varios. Quizá todos. Menos tú.

– ¿Cómo lo sabe?

– No he oído esta pregunta.

– No la he hecho. Me refería a otra cosa: ¿por qué menos yo? ¿A qué se debe tanta confianza?

– No es confianza sino puro cálculo. No tienes oportunidades de trampear, ni tratos directos con la gente. Podrías hacer mal un trabajo pero esto no sería de mucha ayuda para el que quisiera sobornarte. Supongamos que finges no haber sacado conclusiones correctas, haber pasado por alto algo importante, algo crucial para el caso. ¿Cómo puedes estar segura de que el inspector que lleva la investigación falle también, que no saque esas conclusiones y también pase por alto ese dato crucial? No, bonita, eres peligrosa por lo que haces. Pero tu inactividad, incluso deliberada, no cambia nada. Para la gente que paga sobornos no eres nadie.

– Muchas gracias -repuso Nastia con una media sonrisa-. Así que resulta que confía en mí por interés y no por amor. Vale pues.

Gordéyev se volvió y Nastia vio que su cara estaba retorcida por un dolor tal que sintió vergüenza.

– Sí, confío en ti por interés y no por amor -declaró su jefe ásperamente-. Y hasta que encontremos un remedio a nuestro mal, tengo que olvidar lo buenos que sois todos vosotros y cuánto os quiero. Me resulta insoportable la idea de que uno de vosotros esté jugando con dos barajas, porque os aprecio y respeto, porque fui yo personalmente quien os introdujo en el departamento, quien os ha enseñado y formado. Todos sois mis hijos. Pero tengo que borrar todo esto de mi corazón y atenerme a mi interés para que el amor o la simple simpatía no me dejen a oscuras, para que no me cieguen. En cuanto superemos este mal momento, volverá el amor. Pero no antes. Ahora hablemos de trabajo.

Víctor Alexéyevich se apartó de la ventana despacio y se sentó a la mesa. Era bajito, ancho de hombros, de barriga prominente y cabeza redonda y casi calva. Los subalternos le llamaban cariñosamente el Buñuelo, mote que Gordéyev llevaba desde hacía unos treinta años y que tanto sus colegas como los criminales transmitían escrupulosamente de generación en generación. Nastia le miró y pensó que el apodo cariñoso se avenía mal con su aspecto en ese momento, cuando, henchido de dolor, daba la impresión de una pesadez plomiza.

– A la vista de lo que acabo de decirte, no quiero confiar el caso del asesinato de Yeriómina a nadie más que a ti. De aquí que me alegra saber que quieres interrumpir tus vacaciones. Es un caso asqueroso, despide una peste que se nota a la legua. La empresa, los dólares, el banquete, los socios extranjeros, una secretaria guapetona a la que encuentran estrangulada y con marcas de tortura, su extraño novio bohemio… no me gusta nada de todo esto. Hasta que averigüe cuál de nuestros chicos se ha dejado comprar por los delincuentes para que no resuelva asesinatos, te ocuparás del caso de Yeriómina. Si no lo resuelves, al menos tendré la seguridad de que se ha hecho todo lo posible. Ve mañana por la mañana a la Fiscalía, para que Olshanski te deje ver el expediente, y podrás empezar.

– Víctor Alexéyevich, yo sola no podré hacer nada. ¿Está de broma? ¿Dónde se ha visto que un inspector investigue un asesinato a solas?

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